Januam Sum Pacis
Olga nunca había tenido un propósito de vida, sin darse cuenta su
existencia había girado en torno a la existencia de otros, ella era lo que dicen
una buenaza, el tiempo, su fe y las circunstancias la fueron llevando a cumplir
promesas que otros hacían y eran incapaces de mantener. Con lo cual en poco
tiempo su tarea diaria fue llevar a buen
fin todo tipo de intenciones y amarres a
cualquier santo o deidad, en capillas, ceibas, márgenes de ríos, mares, líneas
de trenes, campos desolados de la Habana o sus alrededores, lo único importante
después de cumplir aquellos encargos era el milagro de fe que ya daba por
seguro infundiéndole tranquilidad a sus peticionarios.
Una tarde su suegra a quien respetaba y quería la llamo pidiéndole
encarecidamente que fuera a la exhumación de su esposo , sepulto dos años atrás
en el Cementerio de Colon ; le dijo:- No tengo valor ni salud, lo único que te
pido es que me traigas algún recuerdo de él. Olga sin entender la petición, le
pregunto -¿Como que un recuerdo? Y la suegra con la cara llena de lágrimas le
respondió- has entendido bien, un huesito pequeño. Atónita pero resuelta
decidió hacerlo, total, se dijo a sí
misma, si había cumplido tantas promesas
extrañas que importaba una mas sobre todo tratándose de la familia. Días
después su suegra le entrego una pequeña franela , una caja de talcos y un
frasco de colonias todo comprado en el mercado negro que le habían costado más
de lo que se podía permitir , encargándole con ello que envolviese los restos
del finado.
El día llego y Olga después de dos horas en la parada de autobuses sin
éxito, finalmente logro llegar al cementerio en un Almendrón de alquiler donde no cabía otra alma. Se bajó justo en la entrada,
agobiada por el viaje y el calor percatándose que ya iba con retraso pues eran
casi las once de la mañana. Apurada se acercó a uno de los edificios de la
entrada para preguntar dónde había sido sepulto su suegro alejándose
rápidamente por entre las calles desiertas, llenas de tumbas con lapidas
blanquecinas, esculturas, mármoles, dedicatorias y flores quemadas por el sol
que la entretuvieron, hasta llegar al lugar. En la esquina del lote unos
hombres esperaban impacientes hablando entre ellos de forma animada.
Un hombre delgado, de una raza no identificable pues el sol lo había
curtido como una momia, después de preguntarle a Olga por el papel de la
citación donde aparecía el nombre del fallecido por el cual venia, comenzó a levantar la pesada lapida con la
ayuda de los otros dos hombres de mal talante. Una humedad fétida subió desde
el fondo del hueco dejando ver un ataúd de pino podrido cuando levantaron la
tapa, apareciendo junto con ello los
huesos descarnados, renegridos y cubiertos aun con girones de la ropa que
llevaba el finado el día del sepelio.
Uno de aquellos sepultureros se colgó de una cuerda como si fuera un montanista
y bajo al fondo de la tumba metiendo en un saco los restos para ser subidos de
a poco, mientras los otros dos esperaban arriba.
Olga a medio metro de distancia miraba entre el horror y el asco la exhumación, que transcurría
sin ningún tipo de solemnidad, haciendo
un esfuerzo se acordó de la promesa hecha y dirigiéndose al hombre sin raza le
dijo:
-
Compañero
usted cree que pueda llevarme un recuerdo del difunto, es que mi suegra me lo
ha pedido.
A lo que el sin mirarla le contesto:
-
No
se puede compañera, y volviéndose con un
gesto mejor pensado le dijo: - pero si
usted me da algo a cambio podemos ver que hacemos.
-
Olga
sorprendida le dijo:- Es que lo único que tengo son cinco pesos.
-
Bueno
en ese caso, deme el frasco de colonia y la media caja de talco que tiene en la
mano, está de acuerdo?
-
Está
bien – respondió
-
Y
que parte quiere? – no lo sé – contesto Olga.
El hombre sin raza busco en la bolsa que estaba sobre el cemento y bajo el
sonido de un crac partió una de las falanges del finado y se lo alcanzo, Olga
con aversión pero determinada saco una servilleta de la cartera y la envolvió
en esta guardándolo inmediatamente dentro de su bolso. Los hombres continuaron
su trabajo hasta haber depositado los restos en el osario, poniendo la media caja de talco dentro y quedándose
con el resto como habían acordado, comenzaron hacer la mezcla para sellar la
tumba, mientras Olga se alejaba dándole las gracias y deseándoles un buen día.
Camino de la salida las campanas de la capilla dieron la una, no había
brisa y el calor había arreciado, las llaves de agua de las esquinas de los
lotes estaban secas para frustración de Olga que buscaba donde refrescarse,
paso por el lado de la capilla y estaba cerrada también, comenzando apoderarse de ella la desesperación y la angustia pues a
lo lejos se veía la salida y el tráfico de la calle Zapata pero algo le impedía
moverse. Se sintió atrapada y comenzó a dar vueltas en el campo santo sin
llegar a ninguna parte, el sudor le corría
por la espalda y la cara, mientras sus ojos nublados por la fatiga mientras
se desvanecía miraron a los ojos vacíos de las estatuas y ángeles de mármol cobrar
vida, que mirándola a ella desde la eternidad parecían acusarla. Se encomendó a
Dios y sin saber cómo se vio parada frente a la tumba del suegro, mientras los
sepultureros se alejaban a media calle de distancia. Les grito con las pocas
fuerzas que le quedaba y les dijo entre casi sollozos: - No puedo salir, no
puedo…quiero devolverles la falange.
El hombre sin raza la miro y le respondió: - Entonces son cinco pesos.
Olga le entrego el único dinero que le quedaba y la falange envuelta en la servilleta,
devolviéndose a la salida sin esperar por ellos, corrió hasta verse cruzar la
puerta ornamentada del cementerio y cruzar la calle. Entonces respirando aliviada
la brisa que llegaba por los portales de la calle 12, miro las esculturas que coronan la puerta de
entrada al campo santo y leyó sin comprender “ Januam sum pacis” (Yo soy la
puerta de la paz).
En Memoria de mi madre que tanto disfruto contando y escribiendo historias ( 12/09/1939- 05/13/2014)