martes, 13 de mayo de 2025

 

Januam Sum Pacis

 

Olga nunca había tenido un propósito de vida, sin darse cuenta su existencia había girado en torno a la existencia de otros, ella era lo que dicen una buenaza, el tiempo, su fe y las circunstancias la fueron llevando a cumplir promesas que otros hacían y eran incapaces de mantener. Con lo cual en poco tiempo su tarea diaria fue llevar  a buen fin todo tipo de intenciones y  amarres a cualquier santo o deidad, en capillas, ceibas, márgenes de ríos, mares, líneas de trenes, campos desolados de la Habana o sus alrededores, lo único importante después de cumplir aquellos encargos era el milagro de fe que ya daba por seguro infundiéndole tranquilidad a sus peticionarios.

Una tarde su suegra a quien respetaba y quería la llamo pidiéndole encarecidamente que fuera a la exhumación de su esposo , sepulto dos años atrás en el Cementerio de Colon ; le dijo:- No tengo valor ni salud, lo único que te pido es que me traigas algún recuerdo de él. Olga sin entender la petición, le pregunto -¿Como que un recuerdo? Y la suegra con la cara llena de lágrimas le respondió- has entendido bien, un huesito pequeño. Atónita pero resuelta decidió hacerlo, total,  se dijo a sí misma,  si había cumplido tantas promesas extrañas que importaba una mas sobre todo tratándose de la familia. Días después su suegra le entrego una pequeña franela , una caja de talcos y un frasco de colonias todo comprado en el mercado negro que le habían costado más de lo que se podía permitir , encargándole con ello que envolviese los restos del finado.

El día llego y Olga después de dos horas en la parada de autobuses sin éxito, finalmente logro llegar al cementerio en un Almendrón de alquiler  donde no cabía otra alma. Se bajó justo en la entrada, agobiada por el viaje y el calor percatándose que ya iba con retraso pues eran casi las once de la mañana. Apurada se acercó a uno de los edificios de la entrada para preguntar dónde había sido sepulto su suegro alejándose rápidamente por entre las calles desiertas, llenas de tumbas con lapidas blanquecinas, esculturas, mármoles, dedicatorias y flores quemadas por el sol que la entretuvieron, hasta llegar al lugar. En la esquina del lote unos hombres esperaban impacientes hablando entre ellos de forma animada.

Un hombre delgado, de una raza no identificable pues el sol lo había curtido como una momia, después de preguntarle a Olga por el papel de la citación donde aparecía el nombre del fallecido por el cual venia,  comenzó a levantar la pesada lapida con la ayuda de los otros dos hombres de mal talante. Una humedad fétida subió desde el fondo del hueco dejando ver un ataúd de pino podrido cuando levantaron la tapa,  apareciendo junto con ello los huesos descarnados, renegridos y cubiertos aun con girones de la ropa que llevaba el finado el  día del sepelio. Uno de aquellos sepultureros se colgó de una cuerda como si fuera un montanista y bajo al fondo de la tumba metiendo en un saco los restos para ser subidos de a poco, mientras los otros dos esperaban arriba.

Olga a medio metro de distancia miraba entre el  horror y el asco la exhumación, que transcurría  sin ningún tipo de solemnidad, haciendo un esfuerzo se acordó de la promesa hecha y dirigiéndose al hombre sin raza le dijo:

-          Compañero usted cree que pueda llevarme un recuerdo del difunto, es que mi suegra me lo ha pedido.

A lo que el sin mirarla le contesto:

-          No se puede compañera,  y volviéndose con un gesto mejor pensado  le dijo: - pero si usted me da algo a cambio podemos ver que hacemos.

-          Olga sorprendida le dijo:- Es que lo único que tengo son cinco pesos.

-          Bueno en ese caso, deme el frasco de colonia y la media caja de talco que tiene en la mano, está de acuerdo?

-          Está bien – respondió

-          Y que parte quiere? – no lo sé – contesto Olga.

El hombre sin raza busco en la bolsa que estaba sobre el cemento y bajo el sonido de un crac partió una de las falanges del finado y se lo alcanzo, Olga con aversión pero determinada saco una servilleta de la cartera y la envolvió en esta guardándolo inmediatamente dentro de su bolso. Los hombres continuaron su trabajo hasta haber depositado los restos en el osario,  poniendo la media caja de talco dentro y quedándose con el resto como habían acordado, comenzaron hacer la mezcla para sellar la tumba, mientras Olga se alejaba dándole las gracias y deseándoles un buen día.

Camino de la salida las campanas de la capilla dieron la una, no había brisa y el calor había arreciado, las llaves de agua de las esquinas de los lotes estaban secas para frustración de Olga que buscaba donde refrescarse, paso por el lado de la capilla y estaba cerrada también, comenzando  apoderarse  de ella la desesperación y la angustia pues a lo lejos se veía la salida y el tráfico de la calle Zapata pero algo le impedía moverse. Se sintió atrapada y comenzó a dar vueltas en el campo santo sin llegar a ninguna parte, el sudor  le corría por la espalda y la cara,   mientras sus ojos nublados por la fatiga mientras se desvanecía miraron a los ojos vacíos de las estatuas y ángeles de mármol cobrar vida, que mirándola a ella desde la eternidad parecían acusarla. Se encomendó a Dios y sin saber cómo se vio parada frente a la tumba del suegro, mientras los sepultureros se alejaban a media calle de distancia. Les grito con las pocas fuerzas que le quedaba y les dijo entre casi sollozos: - No puedo salir, no puedo…quiero devolverles la falange.

El hombre sin raza la miro y le respondió: - Entonces son cinco pesos.

Olga le entrego el único dinero que le quedaba y la falange envuelta en la servilleta, devolviéndose a la salida sin esperar por ellos, corrió hasta verse cruzar la puerta ornamentada del cementerio y cruzar la calle. Entonces respirando aliviada la brisa que llegaba por los portales de la calle 12,  miro las esculturas que coronan la puerta de entrada al campo santo y leyó sin comprender “ Januam sum pacis” (Yo soy la puerta de la paz).

En Memoria de mi madre que tanto disfruto contando y escribiendo historias ( 12/09/1939- 05/13/2014)

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