sábado, 10 de mayo de 2025

LORENZA

 

Habian comprado un terrenito en las afueras de la ciudad de la Habana, exactamente en  Mantilla donde solo llegaba la ruta 2 y 4. No habían calles asfaltadas y una pagoda china se alzaba justo  antes de entrar a el reparto, lleno de terrenos baldíos  y sin ninguna sombra donde guarecerse cuando llegabas a su casa lo único que anhelabas era un vaso de agua fría y sentarte a rezar para la brisa llegara por alguna de aquellas puertas que siempre permanecían abiertas  en aquella casa de dos ambientes.

Allí crecieron sus cincos hijos, y de esa pobreza y sacrificio salieron hombres y mujeres de bien  que aprendieron que todo en la vida se logra con el trabajo y una voluntad a toda prueba. Pero Lorenza que podía estar orgullosa de eso y más,  siempre vivió con una gran pena en su corazón pues el único hombre de su vida a quien le había dado no solo una familia, sino lo más inmaculado  e inocente de su juventud le había hecho pasar aquellos años llenos de peleas por  celos injustificados  y restricciones de todo tipo, las blusas que usaba tenían que cubrir el cuello y sus brazos pálidos y tersos, no podía usar maquillaje y mucho menos tacones que fueran acentuar sus piernas bien formadas, tampoco podía ver a su madre sin su permiso con lo cual estaba a merced de que la visitaran a ella y en presencia de él , así los años fueron pasando y finalmente acepto cada uno de sus días como parte de un destino marcado, los hijos crecieron , se fueron y Lorenza fue llenando aquellos vacíos en un único aliciente ,  comer. Comió por alegrías, tristezas, desvelos, traiciones y soledades hasta que su cuerpo dejo de ser el que era y entonces Gonzalo que comenzaba a envejecer y estaba en la edad que los hombres necesitan reafirmar su hombría la dejo y  se fue a vivir con una mulata de Guanabacoa joven y llena de bríos que lo cogió cansado y lo domo como un perro.

 Lorenza cayó  en la más profunda de las depresiones y no dejo un solo día de maldecirlo por cada uno de sus maltratos o desatenciones, hasta el fatídico día que Gonzalo murió de forma inesperada  lo que la hizo llorar  sin consuelo  y con la rabia contenida de no haberle dicho o hecho lo que hubiera querido. Ese mismo día después que supo que le habían dado sepultura y palpo lo efímera e injusta que puede llegar a ser la vida decidió vengarse, porque el sabría en el cielo o en el infierno o donde quiera que estuviera – dijo entre lágrimas-lo que ella haría.

Una semana después partió con su hermana al pueblo de su juventud en busca del hombre que había sido su primer amor y que quizás a su lado otra vida hubiese tenido. Esa tarde mientras en el bohío preparaban la comida para las recién llegadas, y el ron calentaba las gargantas y relajaban el cuerpo. Lorenza camino  rumbo al pozo que se encontraba en medio la sabana y  despacio  por el peso de su cuerpo y los estragos de los anos entre sofocos y suspiros recordó aquel amor, contemplo  la caída de la tarde extasiada en sus luces naranjas y amarillas sintiendo su alma  despreocupada y alegre   como antes. Entonces distinguió a los lejos un hombre a caballo  que parecía acercarse   con su sombrero de guano y su fusta en la mano galopaba con gracia y aplomo; Lorenza recostada en la broca del pozo espero y sin apartarle la mirada reconoció  en la chispa de aquellos ojos aquel joven que una vez le quito el sosiego,  aunque ahora lo encontró pequeño, viejo y arrugado.

- Le dijo – Tú no eres Felipe el hijo de Arcadio el que vivía por vuelta de los Ramones

- Si – le respondió – y usted, ¿acaso nos conocemos?

- Si yo soy Lorenza, no te acuerdas de mí?, ¿pero qué te paso? Has cambiado mucho te veo más pequeño y arrugado – dijo ella sin pensarlo.

- Bueno tu tampoco eres quien yo conocí estas gorda y vieja como yo – respondió el sin pensarlo, y fijando sus ojos en ella una vez más le dijo  – me alegra verte, al menos estamos vivos. Hincando el caballo con las espuelas  se dio la vuelta alejándose  a galope  sin más preámbulos.

Entonces Lorenza regreso al oscurecer y sin decir palabra se  recostó en un  taburete que apenas la sostenía  en la ceiba  alejada de la casa y con un jícara llena de  ron en su regazo bebió y bebió hasta que quedó dormida escuchándole  decir  Gonzalo…

 

 

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